martes, 19 de mayo de 2009

CANTO DE PRIMAVERA

Aún no ha llegado oficialmente y sin embargo el campo, que nada sabe de fechas, se engalana, se llena de hermosura.
Todavía no han brotado las acacias que adornan las calles, ni los olmos, ni los plátanos de paseo, pero sí han florecido los almendros, acaso también los ciruelos, los cerezos, los albaricoqueros y algún limonero en un tiesto, en el patio de una casa… y los lirios.
Lirios blancos, lirios amarillos, morados lirios ¡Cuanta ternura, belleza y armonía en sus flores! La artista, esa naturaleza que a veces se torna indiferente, ha pasado la noche creando lirios de delicada textura, con sus finas manos y con un amor grande, muy grande, si éste se pudiera medir con reseros humanos.
Ha modelado esas flores que nos llenan de regocijo, ha sembrado de verdes prados las tierras.
¿Cuántas horas ha dedicado la naturaleza para elaborar los bellos y delicados pétalos de los lirios?
¿Cuántos días para que el almendro de ramas esperpénticas se tornara en rosaleda?
Nos asombra el artista humano cuando imita a la naturaleza, pero… ¿Ha conseguido alguna vez la ternura, la delicadeza y el perfil suave del pétalo del lirio?, ¿Ha conseguido que la flor minúscula del almendro se convierta en una noche en miles de flores, blancas, rosadas y almibaradas?
¿Quién ha diseñado las flores silvestres?
Andamos distraídos a causa de los ruidos y reclamos de propagandas de cosas nimias, aunque a veces nos resulten lisonjeras y atractivas.
Arriesgamos la salud, dejamos correr los días, inmersos en problemas cotidianos, inquietos, huyendo de lugar para otro, buscando algo que jamás vamos a encontrar, porque lo que nos hace correr, huye con nosotros. Esperamos en la llegada la quietud que no llega, que acaso esté en la etapa siguiente y no está, ni en la otra, y olvidamos lo simple, lo sencillo.
Ahí están los lirios que nada nos piden. Lirios blancos, amarillos, morados, humildes, cándidos, bellos, delicados, alegres, pacíficos, estoicos, valientes; lo tienen todo y no esperan nada, aunque nada tienen. Les falta cobijo, casa solariega, columnas, mármoles; y sin embargo parecen felices, dichosos.
Dentro de su sencillez adornan el camino, orlan los campos y ponen belleza y ternura en sus entornos.
Gozamos contemplando las sementeras de floridos pensamientos, minúsculos y bellos, o la humilde violeta, semi escondida, tímida, como queriendo ocultar su colorido y perfume, grande como todo lo pequeño.
Pronto florecerán los rosales, ya tienen en sus ramas esos tallos tiernos que se convertirán en rosas.
Está llegando la primavera, retorna Proserpina venida del Hades, sin previo aviso, sin el consentimiento del Olimpo. Viene a sembrar belleza. Por eso florecen los almendros y se visten con sus mejores galas los cerezos. Por eso, y porque la madre naturaleza ha despertado de su letargo de invierno, admira su obra, y refresca su faz con lluvia de estrellas, creando vida: lirios blancos, promesa de rosas en la rosaleda, almendros en flor, se nota una explosión de vida nueva.
Ha llegado la primavera, se anuncia por todas partes. Los campos se engalanan. Unas plantas se renuevan, otros resucitan, alguna aparece tímida, o simplemente se despierta.
También despiertan los seres humanos, despiertan las aves, ya se oyen sus conciertos. Despiertan las montañas, despiertan las vegas.
La tierra, casa de todo ser viviente, planeta verde que ya moceaba en la “era arcaica”, dicen y tienen razón, que se muere, pero no de vieja, sí, por culpa de los millones de seres que infestamos su superficie y porque los campos, otrora verdes, los estamos llenando de cemento, ladrillos, humos y basuras.
Creemos, y puede que estemos equivocados, que ella sola será capaz de regenerarse, que se curará de las heridas que cada día le hacemos.
Entre tanto, sin olvidar la tragedia que ya empezamos a padecer, la mala herencia que vamos a dejar a nuestros descendientes, gocemos de este día, mientras luzca el sol, la luna gire en torno a la tierra y el aire, menos puro, pero vivificante, lo respiremos cada día, a cada instante, soñando con otra primavera.
Granada, Marzo del 2007.
Dionisio Carrillo Robles.

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