domingo, 6 de marzo de 2011

Los Jardines del Triunfo

Cielos despejados o nubosos, mentes ralentizadas, esperanzas a flor de piel y un bullicio de tranvías, gentes de a pie, ya paseando, o caminando hacia cualquier lugar.

Los jardines del Triunfo, como resbalados de la antigua plaza de toros a cuya sombra los vecinos consumían largos ocios de parados, eran unos jardines pobres, mal cuidados, pero que ponían notas de verde frescura a una zona amplia, cercana a la vega, barrios aledaños al campo.

Por allí sesteaban a la sombra de la arboleda, paseantes desocupados, vecinos de la “Cuesta de la Caba”, o de la de de San Antonio, de la calle Real y los que moraban al socaire del Tambor entre pitas y chumberas.

Otros parecían sembrados, o acaso sentados, o apoyados sobre el muro de ladrillo de la mole del coso taurino dormitaban a la sombra en los veranos y tomaban el sol en los inviernos. Se despiojaban, conversaban sobre todo, lo divino y humano, menos de política, “prohibido fumar”, o simplemente estaban. Alguno con vara de almendro rígida y nudosa, ella, con clavel prendido a la greña, pañuelo de colorines. A veces pedían limosna, o vendían baratijas, oropeles, canastos de mimbre. Se echan culos a las sillas de anea, Se dice la “buena ventura”. Se esquilan burros. “ Tomás Sánchez veterinario, botones de fuego, herraduras”.

Las gentes que tomaban el sol mañanero vivaqueando en la solanera de la mole de la plaza, al medio día se marchaban, cada cual hacia su casa, con prisa o despacio, para volver al día siguiente, fieles a su trabajo, aunque no existiera el salario, que al hombre parado lo tienta el pecado.

Mulas que tiraban de carros, toros escapados del Parque de Intendencia, soldados de paseos vespertinos, daban vida y animación a un ambiente de resonancia de atonía.

La ciudad dormitaba después de los sobresaltos de los últimos acontecimientos llamados guerra, la paz asomaba a las mentes y se diluía antes de llegar al suelo. No obstante la vida transcurría lentamente, sin pena, ni gloria, sin sobresaltos, días, meses, incluso años, sin otra novedad que la rutina vestida de monotonía, adobado con abulias y sueños de miseria, estómago encogido.

Tras la plaza, hacia el norte se eleva el Hospital Real, gótico tardío, fachada con adornos platerescos. Cobijando en la zona sur La Maternidad de pobres y el resto de la noble construcción se dedicaba a Manicomio, albergue de gentes que han perdido la cabeza, ya sean pobres, o ricos, altos o bajos, que la testa se pierde en cualquier lugar, sin tener en cuenta ni a la persona , ni a su estado civil. El edificio fue levantado a principios del siglo XVI para albergar enfermos, construido en forma de crucero, en cuyo centro se situaba el altar para que los pacientes, digna palabra, pudieran seguir la Santa Misa desde sus camas.

Cabe decir que hoy no tiene esa misión tan inapropiada. La Universidad y algunos de sus servicios se ubican en estas estancias nobles y añosas.

Se añade, que desde hace bastante tiempo sobre el solar de la plaza de toros vieja y sus terreras adyacentes, se levantó una fuente hermosa, saltarina y de colores.

La Virgen del Triunfo fue traía con su alto pedestal a este lugar desde la zona oscura detrás de la Escuela de Magisterio. Así mismo se plantaron árboles y unos jardines en cuesta hasta la hoy Avenida de la Constitución, antes de Calvo Sotelo, que luce una zona grata y limpia.

Los “jardincillos” abandonados , o poco cuidados, seguían al costado en paralelo de la mencionada Avenida de Calvo Sotelo, adornada con un bulevar y plátanos de paseo que daban sombras gratas a los caminantes, abanicados con las brisas que subían de la Caleta, todo ello desaparecido, jardines, bulevar, árboles, cuando se pensó en dejar espacio para los coches, esos trastos que tanto nos agradan y se construyeron enormes bloques de hormigón y ladrillo, ahora se intenta recuperar lo destruido pero el tiempo no es propicio y sólo se consigue un parcheo que al fin no está mal del todo.

En estos espacios ajardinados tenían lugar distintos trapicheos semiocultos por las sombras de la arboleda. Alguien sesteaba esperando la llegada del tranvía de la vega, que venía con sus ruidos metálicos, asustando niños, espantando gorriones. Los dichos vehículos daban la vuelta, aquí mismo, en la puerta del Bar Parada, donde se podía apagar la sed tomando cerveza fresca y aceitunas verdes de tapa, vino fino o de la costa que se servía fresquito en verano y caliente en los inviernos para fortalecer el cuerpo.

Mientras llegaba el tranvía, un camarero con chaquetilla blanca aparejaba la mesa para que el cliente tomase una sopa de picadillo, sevillana, o de mariscos. Arroz a la valenciana, rabo de toro por el Corpus, callos y caracoles, para los melindres y delicados, con salsa picante y pan para mojar. Los austeros soñaban a la sombra de una palmera con la pronta llegada del vehículo que los llevaría, ya despiertos, a sus reales en Santa Fé, Pinos Puente, o Maracena.

Durante la velada, estos lugares solían ser visitados por comerciantes del sexo, prostitutas venidas a menos, trabajadoras sin salario, ni seguridad social, sometidas además a insultos y perseguidas como delincuentes.

Se solían ver soldados escapados de Cuartel de la Merced, estudiantes aliviando asignaturas y, maricones camuflados para evitar redadas.

El variado personal ocupaba cada cual su parcela, juntos pero no revueltos. Los “grises”, con fusil, pistola, defensa y barboquejo, daban vueltas buscando sin encontrar lo que estaba a la vista, que el chalaneo amoroso al fin de cuentas no era grave y nadie decía a lo que iba.

Los invertidos, clase desprestigiada y oprobiosa, fingían una virilidad que les atosigaba como un corsé de hierro, eran el detritus de una sociedad hipócrita que se asustaba de todo, de cualquier cosa relacionada con el sexo especialmente si iba contra natura, acaso ignorando lo que significaba lo aludido, sin embargo no sentía el mínimo rubor antes los corruptos o los malos políticos, loados además como seres honorables.

Los homosexuales eran objeto de medidas disciplinarias, arrestos gubernativos, quincenas u otros castigos. De igual modo, se sancionaba a sus camaradas prostitutas.

Se les solía aplicar la llamada Ley de Vagos y Maleantes, que por eufemismo se convertiría con el tiempo en Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. Estas medidas se tomaban siempre con la sana intención de que dejaran el vicio. En cambio no se intentaban curar los resfriados con unos días de arresto, a pesar de ser tan frecuentes como los maricones.

Otros visitaban estos lugares con peores intenciones, algunos hacían pequeñas estafas aprovechando el personal que siempre andaba al filo de lo ilegal.

Todo este trapicheo se desarrollaba en el recinto del los jardines, a dos pasos, a tiro de piedra, de la Escuela N0rmal de Magisterio y cerca del Instituto del Padre Suárez, donde la ciencia tenía su asiento, además de la enseñanza y las buenas costumbres. Allí llegaban los ecos de los vicios que pululaban cerca, no solo en los jardines, sino también en la explanada que, oscura y despoblada, se extendía a la sombra de la citada Escuela Normal, parcela reservada a las prostitutas envejecidas que por módico precio aliviaban ardores del sexo, que no respetaba, ni respeta normas, vulnera leyes y bandos, ofendiendo la moral y la decencia.

Todo , al socaire de las tininieblas, aunque se oyeran las lecciones de conducta y ética, salidas del Centro de la sabiduría a través de las ventanas.

Para evitar estos males, con el tiempo se borraron los Jardincillos y en su lugar se instalaron los consabidos bloques de ladrillo.

En una zona cercana, a la izquierda de la avenida, que escapó a la especulación, se elevan una docena o más de árboles y algunos objetos de adorno, un pequeño parque, dando vida a la zona. Además de un colegio infantil.

Tiempos para contar, para mesarse el cabello y no echar gota.

Granada, años cuarenta del siglo XX.

Dionisio Carrillo Robles.