miércoles, 28 de octubre de 2015

Días de silencio



Ese día no llovía. Celedonio despertó de madrugada con el cielo lleno de estrellas. Estaba desvelado por culpa de la lluvia, que le impedía ir a varear los  olivos.  Al ver las estrellas se dispuso a ir al trabajo y llamó  al vecino para que le acompañase, pero Leocadio, su vecino, gozaba los días de lluvia, y se quedaba en la cama. Además no le agradaba madrugar. No le gustó  la llamada, estaba soñando como si fuera media noche.

Medio dormido, le contestó que no podía  ir al trabajo  porque estaba  constipado. Antes de hablar miró por el ventanuco que tapaban con un saco viejo, y vio las estrellas en el cielo.  Se dijo, no son horas de ir a varear. Celedonio está trastornado, como si las aceitunas  estuvieran pasadas de maduras ¿Cómo se puede varear si no es de día?

Leocadio era, a la sazón, un trabajador del campo jubilado y sin pensión, trabajaba unos días con  un patrón, otros días con otro y otras veces con otras personas que ni siquiera eran patrones. Cómo iba a tener pensión si no había trabajado, si había faenado mucho pero no constaba en ninguna parte. Era un ser  sin estar, estando. Hay, había  muchos de esta guisa.

A partir de la jubilación iba al campo con su esportilla a cuestas todos los días, incluso los domingos, y siempre traía algo. Pimientos, tomates, frutas variadas, patatas, habichuelas. Una despensa en miniatura, pero suficiente para sus escasas necesidades.

Viudo o soltero, que de esto nada se sabía, pero sí se sabía que tenía un hijo, Leocadio el menor, que era guarda de una vega.

Llevaba  el tal Leocadio  el menor,  terciada a su cuerpo,  una banda de colores que le atravesaba el pecho y una chapa metálica adosada a la banda que decía “Guarda Jurado”. Estaba casado con  Leocadia. Tenían dos hijos, una niña y un niño. Este último murió muy joven, un resfriado mal curado o una lesión pulmonar, o sea, tuberculoso. Le dijeron que lo llevaran a la sierra para que respirara aires puros, pero no les dio tiempo o no fueron por otros motivos. Acaso pensaron que ya eran puros los aires del pueblo.

Una tarde de un verano caluroso, Leocadio el mayor iba con su esportilla al campo y un coche le embistió por detrás. No lo mató, pero lo dejó inválido. Visto este contratiempo se encerró en su mutismo, se negó a comer y  murió  sin remisión.

Leocadio el menor, o sea el guarda jurado, era  estimado por su  seriedad y su buen hacer, hasta que un mal día,  lo vio el jefe, un hombre amable pero rígido, sentado en la  mesa de un ventorrillo anejo a la vega,  Leocadio tenía un vaso de vino en la mano y el rifle de cinco disparos terciado sobre sus rodillas. No le agradó esta vista al jefe, que le anunció un castigo si lo veía de esta forma en otra ocasión. El campo invitaba a sestear, pero las obligaciones lo impedían.

Los Leocadios tenían el santo de espaldas. Pocos días después de este aviso, lo volvió a encontrar en el mismo lugar y en la misma pose. Allí mismo lo destituyó del cargo.

- No podemos permitir a un guarda bebedor  empedernido y con el arma abandonada. A  partir de este momento -le dijo- dejas de ser guarda jurado y pasarás  a conserje de la casa del Labrador. No queremos hacerte daño, pero no podemos tener a un mal guarda.
Como conserje tenía varios trabajos, pero se le terminaron los gajes del campo. Antes no había día que llegara a su casa con las manos vacías. La vega es muy pródiga, da, al que la cuida, todo lo necesario para una casa, excepto azúcar y bacalao.

Ya habían muerto sus parientes. El padre, el de la esportilla, y el hijo, o sea, el niño enfermo del pecho. La madre, a la que llamaban Cristina a pesar de llamarse Leocadia, tuvo mala suerte, además de la pena del hijo pequeño.

Poco más tarde moriría su hija, muy joven. Una niña de ojos negros y brillantes. Caminaba con su madre por la calle San Mateo, les cayó un trozo de columna de una iglesia  y Clotilde, la niña, quedó muerta en el acto. La madre no pudo soportar  esta nueva muerte. Además, la acusaron de  no cuidar  a la niña al no llevarla de la mano, que era lo establecido. Solo iba uno o dos pasos por delante de la madre. También ésta resultó herida.

Al ex guarda Leocadio el menor, ahora conserje, no le faltaban motivos para beber. Siempre tenía una botella de vino barato sobre la mesa, pero un día aciago se equivocó de botella y en lugar de vino se echó a pechos un buen trago de lejía. Se quedó como un pajarito, y esto después de patear y dar saltos a causa  de los dolores y las náuseas que le atosigaban.

La esposa, Leocadia (a la que llamaban Cristina), caminaba un día cualquiera como anestesiada, acaso perdida en sus pesares. Iba por la acera  y un ciclista de esos que sí pueden circular por todas partes, incluso por el pasillo de tu casa,  la embistió con tal violencia que la echó a la calzada y un coche, que iba corriendo porque creía que la calle era una autopista, la remató.

Sin embargo, a pesar de los dos atropellos, no murió en el acto. Ingresada en el Hospital de Caridad le atendían unas monjitas que ya sabían de las desgracias de Leocadia, a la que llamaban Cristina. Le acariciaban, le mimaban y le decían al oído, aunque ella no se enterara de nada. “Vas a ir directa a la Gloria, a la casa del Padre. Te espera un coro de ángeles para llevarte en volandas al Cielo. Eres una privilegiada”.

Leocadia dio un respingo, acaso oyó lo de privilegiada. Cambió de color y a poco, sin salir de este trance, se murió,  la muy privilegiada. Nada más cerrar los ojos aparecieron los ángeles y  la llevaron  al Cielo en una nube de algodón en rama, pero se equivocaron de camino y en lugar de dejarla en la Gloria la dejaron en las puertas el Infierno.

A mi no me dejaron entrar, estaba prohibido. Lo impedía  Cancerbero, o sea, el perro Cerbero, portero de los Infiernos. Me acordé de Dante  y lo mencioné.

- Pero él jamás estuvo dentro –me dijeron-, todo lo que cuenta es una Comedia, aunque se llame Divina.

Al final, la casa de los Leocadios no se deshizo del todo, quedaba el perro al que llamaban  Mudéjar, un perro feo, pero muy cariñoso. Un asistente social   le aconsejó que pidiera una pensión de viudedad no contributiva a la que tenían derecho tanto  la viuda  de Leocadio, como  el tal Leocadio.

Se tramitó con éxito la petición y como ambos estaban muy mal de salud, o sea, muertos. se encargó de ir a cobrar el perro al que llamaban Mudéjar. Con el DNI de Cristina, la llamada Leocadia, llegó al banco, y en efecto  le pagaron la  pensión, trescientos  euros  mensuales.

Mudéjar, el perro, estaba muy preocupado, pero el de la ventanilla le dijo que no se preocupara:
- Todos sabemos que eres un perro, pero tienes derecho porque tus amos están muy mal de salud y por esto te envían a ti a cobrar.

Mudéjar, o sea el perro,  iba un tanto preocupado con este galimatías, ahora no sabía si era  un perro  o una  viuda  muerta. Así meditaba y al pasar junto al portero de la casa donde vivían, un cotilla y mal hablado, le dice  “Adiós, Mudéjar”  y él  responde “guau, guau”.

Una vez en la casa, Leocadio, el ex conserje, le dice  al perro tras  contar el dinero:

- Con esta pensión  no podemos comer los dos.
- No te preocupes –contestó el perro-, yo como todos los días con Angustias, la vecina, que me tiene mucho cariño. Está sola, no tiene ni primos, sólo me tiene a mí  y quiere que coma con ella. Tú te puedes apañar con la pensión. Si acaso no pagues  al casero, tiene muchos pisos y aunque tú no le pagues no se va arruinar.
- Ya veremos -responde el muerto Leocadio, ex guarda y ex conserje de la Casa de Los Labradores.

Angustias, la vecina, estaba enamorada de Mudéjar, el perro, y soñaba que algún día se casaría con él. Siempre será más fácil que un matrimonio gay. Reconocía que alguien se opondría, hay gente muy poco comprensiva con los gustos de los demás.

Esto que parece un relato de locos, es más real que lo que dicen otros a los que escuchamos y están muy convencidos. Nuestros gobernantes también creen que nosotros creemos lo que nos dicen. Ellos sí dicen algo ininteligible. Esto, al final, se entiende aunque no se entienda.

De todas formas, como carece de importancia poco importa creerlo o no. Sin embargo, puedo asegurar que todo esto ha pasado, salvo algunas cosas.

Granada, Octubre, quinto año  triunfal de la crisis.
Dionisio Carrillo Robles.

miércoles, 29 de abril de 2015

El fantasma del Casino


El Fantasma  del Casino

  
Cuando la Aurora de rosados dedos, comenzaba a poner pinceladas de luz sobre los tejados de la ciudad, Peter Collins, abandonó el casino para dirigirse al hotel donde se hospedaba. Aquella noche, caso insólito, había ganado unos cuantos miles de francos.

En la parada de taxis, junto al camino, rechazó los servicios de Josechu, un conductor que asiduamente lo llevaba hasta su hotel. El taxista, abrió la puerta del coche y Mister Collins, le dijo amablemente, Muchas gracias. Hoy, prefiero dar un paseo. 

Finalizaba Septiembre, la brisa mecía las suaves hojas de los tilos.  Mister Collins, recibió  las caricias de la brisa  en la cara con verdadero deleite. Los efectos de la bebida, la dulzura del la temperatura y los emotivos actos de la ganancia en el juego, hacían que se sintiera otro hombre., un hombre nuevo, especialmente cuando sentía el  cosquilleo  en su cuerpo de los francos, el dinero ganado en esta noche.
 Pensaba, sentía que era guapo, joven, alegre y feliz. Sin embargo  estas alegrías, este notarse un ser privilegiado, le traían a la memoria, que ayer mismo, estuvo a punto de suicidarse, y no lo hizo por cobarde. La vida no valía nada, le amargaba  la existencia. Ese deambular de un lado para otro, cono si fuera un oso perdido en el bosque. Sin ilusiones, contrariado por todo, lejos de familiares y amigos, Un ser solitario y triste.

En cambio, ahora después de haber ganado unos miles de francos, algo raro, o muy raro. El presunto suicida, se creía  el más feliz de los hombres. ¡Tanta  fuerza da el dinero!

No era avaro, ni soñaba con riquezas, y sin embargo el dinero le había producido  una extraña sensación. Algo nunca experimentado.

Caminaba relajado, silbando, imitando a los pajarillos que empezaban  despertarse. Pero  de pronto  sintió miedo, pensó,  u oyó que alguien le seguía. Se detuvo para mejor oír, y el silencio le recordó que estaba solo en un lugar bello, pero lejos de la ciudad y pon ende del hotel  donde se hospedaba.   Creció el miedo, lo rechazó al pensar que sólo era un don nadie, un pobre soltero, sin familia y sin dineros, ¿Quién iba a intentar atacar  a este solitario ser?. ¿Con que  objeto?

Entonces  se notó la existencia de los dineros, esos que le hacían cosquillas.

Si, había motivos para  Atacarle. .Nadie lo sabe, pero, acto seguido  pensó  que si lo sabían varias personas, además de los empleados  del Casino.

Quiso correr, pero las piernas no le respondieron. Pensaba, ¿A qué obedece este negarse un órgano a cumplir  una orden?

Debo serenarme. No hay motivos para tanto miedo. Los nervios se han apoderado de mí. No hay, no está el mundo lleno de personas atacando a todo el que lleva dinero.

Anduvo más de prisa, comenzó  dominar la situación Ya estaba cerca el hotel La Cumbre, su nombre, se debía  por estar situado  en lo más elevado del monte, Un monte  que dominaba la ciudad, el mar y un panorama de pinos, rosales, begonias y césped artificial. Un lugar para el placer, si fuera pleno día y a tu lado caminaran otras personas.

Aún yendo solo, tampoco  era para llorar, pero sí para caminar asustado, mirando para atrás a cada instante y creer, o  creyendo oír al que lo perseguía,

Sin dejar el miedo, iban apareciendo luces, Se veían  las casas  del monte Ida, rodeado de verdes flores y un observatorio. Los abetos desafiando al vértigo asomaban, en una pendiente acentuada. Las  aguas del mar, oscuras y tranquilas  semejaban un lago sereno, un lago perdido en la sierra.

A la derecha se apreciaba, la playa, ahora solitaria, besaba a intervalos reiterativos por las olas, un oleaje, suave, acariciador. Por esta zona  se eleva el Monte Pelado, poblado de pinos y monte bajo, para mentir el nombre y una estatua de madera policromada, de grandes dimensiones que vigila y protege  a los marineros, siempre que sean prudentes. Cuando se olvida la prudencia, puede pasar cualquier cosa.
Collins, distraído con estas visiones, imaginadas, ya que a penas se veían, de pronto volvió al miedo, un miedo que le impedía  caminar. Quiso gritar y las palabras no salieron de su boca. De todas formas los gritos no los oiría  nadie. Sin embargo  su claridad y sentido de un hombre culto y metido en una sociedad civilizada, no debe temer, pensó  y comenzó a serenarse, sin olvidar los motivos que podrían mover a los que sabían  que llevaba dinero, mucho dinero, algo tentador y el lugar y la soledad abonaban la posibilidad del robo y al mismo tiempo la  impunidad.
Razonaba, He cometido una estupidez al venirme andando, precisamente hoy, cuando  todos los días subía al taxis, cuando era un pobre solitario digno de lastima, Hoy un rico tentador, andando  por un lugar apto para los osados, esos que  viven de los asaltos, y no pueden  dejar una ocasión  tan  clara  y fructuosa.
El miedo aumentaba y además no era un miedo alocado, Más bien un miedo razonado Se decía, soy  rico, por lo que llevo  encima. Una cantidad tentadora, muy tentadora, estando además asegurada la impunidad.
Nuevo razonamiento, más miedo,
Ya falta `poco para llegar al hotel. Un poco más y estaré en mi habitación, tomando un baño caliente., Esto me despejará. El miedo es una  reacción infantil, e injustificada.  
He sido un imbecil al venirme andando. Sin duda me persiguen, varios, no uno solo, No tengo defensa. ¿A Quien acudiré?
¿Acaso  a las estrellas?
Salió corriendo, monte arriba. El camino, antes semillano, ahora se empinaba y le ahogaba el esfuerzo. Sentía los pasos, ya  cercanos, de los perseguidores. Ahora no había dudas,  Al volver, la cara, sin dejar de correr, vio  claramente a dos individuos, o era sólo uno, Pero venía veloz, ya casi le  alcanzaba. Se detuvo de improviso, Quería oír los pasos, pero no, se  oía, más que el miedo y los astros en sus giras espaciales, Ni un solo sonido.
De pronto pensó que estaba soñando, una pesadilla. La cena, sopa de avecren y lechuga ajada. no dan, no deben dar pesadillas, pero el cuerpo es una máquina absurda, que a veces, no obedece y actúa a su libre albedrío. Sin duda, estoy  soñando y debo despertarme antes de que llegue el ladrón. No debo abusar de las cenas, ya lo dicen los sabios. La cena, ha de ser ligera. La abstinencia es su mejor condimento.
Pero no estoy soñando, noto,  todo lo que me rodea, siento el silencio, veo los pinos, las  luces lejanas de la ciudad. Siento la fatiga de  la corrida. ¿Cómo puede ser un sueño? Por muy real que parezca un sueño., no puede llegar  a esto, o sí,. Hay sueños más reales que la propia realidad.
 Me veo, me toco la cara y siento el sudor húmedo en mis manos, siento mi cuerpo erecto y fatigado, No sueño, Estoy corriendo asustado porque  me persiguen  y es de verdad, no en sueños.
Volvió a correr de nuevo. Otra vez se oían los pasos, incluso   se oía la respiración agitada del perseguidor, aunque fueran varios, uno estaba muy  cerca. Ya se adivinaba la meseta donde se asienta el hotel,  Un poco más y estoy salvado,
Tropezó y cayó, pensó que se estaba desmayando. Una solución, desmayado me robaran pero no me mataran.  Pero para que quiero la vida sin dinero, Ayer estuve a punto de suicidarme, me sentía un desgraciado, sin familia, sin dineros, sin amigos. Mejor morid.
Perdido en estas lucubraciones,  medio muerto de miedo. Apareció ante su vista, a un paso de él, Una fantástica figura humana   envuelta en una especie de neblina que le velaba  la cara, el rostro, nada de cara. La figura le impedía el paso, parecía que le instaba a esperar, a escucharle.
De su boca salieron unas palabras.
 Mister Callins, dijo la voz, una voz hueca, muy  próxima y a la vez lejana, rompiendo el silencio de la madrugada.
Voy a matarte y me llevaré el dinero, ese que piensas  que llevas, ese que tantas ilusiones te hacían, ya, metido en la cabeza., como si fuera tuyo.  Pero antes de que mueras quiero que sepas quien es tu asesino, el que además te roba. El que se lleva  esos dineros que injustamente tú has tomado  de la ruleta,
“Soy el fantasma del casino”. El que pone las pistola en las manos del que `pierde, para que se suicide. y la bala en el corazón del que gana., para que muera.
Lo hago para ahorrar tristezas   y especulaciones. Nada de investigaciones. Todo está  claro,
Además lo hago porque,  al casino no se viene a ganar dinero., solo a divertirse. Ganar, lo que se dice ganar ,sólo gana, sólo lo puede hacer, el casino, para eso paga impuestos y tienes  trabajadores. 
No podemos tolerar las ganancias a  menos que sean testimóniales, unas monedas para atraer a los  incautos, para que  sigan jugando.
Tú,  insensato, caminabas tan contento, como si hubieras acertado una quiniela, otra trampa, pero más tolerable., Se pasa la mano para no ahuyentar a los jugadores, para que sigan tomando su droga.
Para tu tranquilidad, aunque no la necesitas te diré, que no has ganado ningún dinero, perdiste en la última jugada las monedas que te quedaban, Cuando saliste a la calle, no llevabas ni un céntimo, por eso no tomaste el taxi, No lo podías  pagar
Si no crees lo que  digo, Mírate en los bolsillos.
 Se resistía a hacerlo, pero con asombro, ya estaba  alucinado, desde que apareció el fantasma. No encontró, ni un céntimo en sus bolsillos.
Me has robado, gritó.
Nada de eso, Has perdido tu escaso capital y ahora vienes a suicidarte.
El fantasma  sacó una navaja barbera y con ella le segó el cuello. Collins cayó al suelo  y se hizo un silencio total, como si no hubiera vida, en toda la colina.   
El día siguiente, La policía  investigó el caso y se llegó a la conclusión.
Un jugador que pierde  y luego se  suicida. . No era la primera vez. Ocurre con alguna frecuencia, sin que sea a diario.
El que pierde se suele suicidar, casi siempre en esta zona, Nunca lejos del casino.
Como no tenía familia,  al menos nadie preguntó por él. Fue enterrado en una fosa común.
Al ir a arrojarlo  al hoyo, el sepulturero  registró los  bolsillos del occiso  y encontró un papel que amarilleaba,  doblado  varias veces.
Había un escrito que decía
 Hospital psiquiátrico de Fuente la Higuera.
 Interno Gratiano Pedrazo Iglesias.
El forense testificó que la muerte  de este desgraciado le sobrevino por un ictus, al  caer al suelo, todavía con vida, se golpeó la cabeza  y por eso sangraba
Mientras tanto, la policía  buscaba al señor Collins. Nadie sabía nada de él, Ni estuvo en el casino, ni se hospedó en el hotel la Cumbre.
Tampoco se encontró al fantasma. Algo natural, Los fantasmas no suelen dar su DNI a nadie.
Donosti . Octubre año 1,959,
 Granada, marzo 1,960
Dionisio Carrillo Robles.

sábado, 27 de diciembre de 2014

LA PEÑA DE LOS ENAMORADOS.



 Subieron hasta la cúspide y cuando vieron el precipicio, intentaron volverse, pero advirtieron  la presencia  de los  perseguidores, muy cerca de ellos.
Entonces se abrazaron y se lanzaron al vacío.
La Peña de los Enamorados puede verse desde Antequera.
Dicen las gentes  que en las noches sin luna  pueden oírse los gritos  de los amantes en su  caída  hacia el suelo.
Esta triste y romántica historia  tuvo su inicio en Granada, en el Albayzin.
En la calle Pajés, vivía  con sus padres Anadía,  una joven agraciada, limpia como los chorros del oro, alta, se cimbreaba como un junco, honesta y enamorada de Tobías.
Los padres de ambos jóvenes se oponían a estas relaciones porque, mientras Anadía, era islamista, descendiente de un caballero  de los que guerrearon contra  el ejército donde militaba  el Doncel de Sigüenza, Tobías  era cristiano, vuelto  de la cruzada contra los Cátaros, un cruzado con antecedentes de rezadores de varios siglos. Hasta algún santo entre sus ancestros, un  San Proponcio mártir.
Los dos enamorados no podían vivir sin estar juntos. No eran besos, eran abrazos hasta confundirse el uno con la otra. Dos cuerpos y una sola alma. Un amor  imposible  y por ello más deseado.
¿Qué haremos  para conseguir toda nuestra felicidad,  esa dicha que llevamos impresa desde antes de nacer, esa alegría que gozamos inscrita en nuestros genes? Nada claro lo veo, decía  Anadía y lloraba amargamente. No llores, mi bien  decía el amante, “Yo, robaré el tesoro de la Tiara papal, para tus cabellos de oro”.
Anadía fue encerrada en una habitación  con cerrojo. Una ventana daba al jardín y las golondrinas venían cada día a traer cartas del amante, suspiros que transportaban con el pico. Fuera de estos contactos, nadie podía hablar con ella. La comida  se la dejaba un criado, en el suelo de la prisión.
Rezaba al Poderoso Alá  y al Dios de los cristianos. Si no me oye Uno acaso me escuche el Otro. Ella era  suplicante y devota de todos los dioses ¿Qué importa  que unos le llamen de una manera y otros de otra? Siempre  es el mismo Dios.
Pero esto era  un grave  pecado para ambas familias.
Una familia adoraba  a Jehová, el Dios todopoderoso, el invencible, el enemigo de los egipcios. El Único verdadero.
 Mientras la otra familia decía lo mismo de Alá, el Poderoso, el Invencible, el Sabio.
Pasaba el tiempo y los amantes, no podían soportar la separación.
Tobías, una noche de luna, cuando las estrellas se asomaban al cielo,  raptó a la amada y ambos huyeron cabalgando un caballo alado, Pegaso,  nacido de la sangre de la Medusa Gorgona, asesinada por Perseo.
A lomos de Pegaso, sobrevolaron la Vega, Illora , Huetor, Loja… Volaban hacia  la  libertad.
Los grillos les  dieron un concierto, el ruiseñor  les acompañó  durante toda la noche. Su canto era  bálsamo  para las heridas de amor. El silencio  cantaba  dulces melodías, siguiendo el ritmo de los cascos de la cabalgadura esparcidos por el éter. Sin  obstáculos en el camino iban  hacia la libertad, invadidos por el deseo.
Se veía a lo lejos la laguna Cantalapiedra, moteada  de flamencos y una ciudad. Descendieron y cuando,  pie a tierra,  subían  sobre una peña escarpada, vieron a sus perseguidores.  Sin saber qué camino tomar,   llenos de estupor, asombrados, inquietos, pensaban, acaso atosigados  por la presencia de  los que  se acercaban.  ¿Cómo se enteraron tan pronto de la  escapa da de los amantes?
Un hada maligna dijo al oído del padre de Tobías:
 “Despierta, tu hijo ha raptado a la Infiel y huyen hacia el Oeste donde les espera el Sol  de Medianoche”.
Miquelón se despertó y llamó a su enemigo, ahora  aliado, el padre de Anadía, y ambos, subidos en el rabo de la escoba de la Bruja de alas de murciélago,   siguieron la estela de Pegaso, que volaba veloz  hacia el lugar donde los enmarados  gozarían de todos los bienes que ofrece el amor. Un amor sin tasa, sin  enemigos, aupados al paraíso, donde el amor dormita.
 Más  tarde alguien les avisó de la presencia de los perseguidores que volaban como   rayos de una luz inquietante. Se acercaban, ya estaban sobre ellos.
Al verse perdidos, no queriendo someterse al yugo familiar, subieron  a la peña. Las estrellas les señalaban el camino. Subían de  prisa. Oían las pisadas de los familiares. Al verse alcanzados  se acercaron al precipicio, se abrazados y se lanzaron al vacío.
Caían a una velocidad imparable,  para estrellarse sobre el duro suelo.
Pero Eros,  que les libraba de los males,  los alcanzó en la  caída, antes de llegar al suelo y los elevó por los aires.  Había triunfado el amor.
Tanatos, con el ceño fruncido, como es habitual en él, reclamó su presa. Hubo una enconada lucha entre el Amor y la Muerte.
Eros  convirtió en una Nebulosa, la  Andrógena, a Anadía y Tobías, una estrella  donde  reside el amor. Todos los amores. 
Allí  brillan junto a otras estrellas,  la Constelación  de Orión,  el  Camino de Santiago y la estrella luminosa de Venus.  
Puede verse  la nebulosa  Andrógena en las madrugadas del mes de Agosto, Si se observa con paciencia se aprecia una  luz con dos cuerpos abrazados.
 Digo, lo que he visto  en sueños. Posiblemente otros hayan visto otras cosas y las cuenten de otra manera. Digo lo que vi.
Granada, Diciembre del año 2,014.
© Dionisio Carrillo Robles.

domingo, 24 de noviembre de 2013

El Arca de Noé



Me contaba Proponcio una tarde  mientras saboreábamos  un vinillo del Barranco Oscuro bebido en jícara de cerámica, un capricho  absurdo, pero para  mi amigo  algo imposible de  evitar. Solía decir  que este vino  sabe distinto, según la vasija,  y la jícara le eleva  el sabor   a sierra que le trasmite la cerámica, tomill0, mejorana, salvia.
Proponcio era un niño a pesar de superar  los cuarenta. Un niño grande, consentido, mimado  por la señora Eulalia. Desde siempre, apegado a sus  faldas. No en vano eran huérfanos los hermanos Bastida, Cirilo y el “Niño”, así llamado, por ser el menor de los hermanos, y acaso también, porque él se consideraba  una criatura que no acababa de hacerse mayor.
Entre taza y taza me  refería las leyendas, que le contaba su ama, historias pasadas, de tiempos de cuando  los santos andaban por la calle, incluso  charlaban  con las gentes.
Estas historias añejas se las contaba el ama Eulalia  al rebujo del fuego.
La lumbre  lanzaba  hacia arriba unas  llamas coloreadas, dibujando  figuras  de  visiones extrañas aunque bellas. 
El silencio embrujaba el ambiente, el misterio nos rodeaba y sentíamos sus abrazos. Se unía al silencio el chisporroteo del fuego, aumentando el miedo  o al menos la inquietud.  Una especie de indefinido sentimiento, entre gozo, ternura  y misterio con tendencia al temor a lo desconocido, algo que me  obligaba a meterme bajo las faldas de Eulalia.
Ardían en la chimenea  unos troncos de olivo. Cuando cesaban las llamas,  Eulalia hacía rosetas, había huido el misterio,  el jolgorio aumentaba a medida  que saltaban las palomitas de maíz, como  revoltosas  mariposas blancas.
Se había marchado el tío Auspiciano hacia su oficina. También desaparecieron   el aparcero,  el pastor   y el mulero. Sólo quedábamos  los tres, Cirilo, Eulalia, yo, y las rosetas. Ya   se habían convertido  en palomitas hasta el último  grano de maíz, cuando la señora Eulalia comenzó a narrarnos el misterioso suceso del Arca de  Noé, algo acaecido antes del Plegamiento Alpino, cuando  el mar de Tetis  se adueñaba de lo que hoy es nuestra tierra.
El ambiente era propicio, yo,  decía Proponcio, me aferraba a las faldas de mi ama y ella con su cara de matrona feliz se adentra en el misterio y traía a nuestra presencia a esos  seres extraordinarios,  seres que vivivieron  esos tiempos heroicos,  cuando un hombre podía hablar con  Dios,  el Señor de todo lo creado.
En una de estas relaciones, contaba como Noé  vivía con su familia en algún lugar del Oriente Próximo  acaso en la ribera el Éufrates, o del Tigris, o más bien sobre las tierras que rodean  el lago Tiberiades.
Un día, cuando Noé rezaba sus oraciones,   se le apareció el Señor en forma  de  ave blanca y bella como un cisne.
Noé,  dijo, el Cisne, o sea, el Señor... “Soy tu Señor, tu Dios.  Tú, Noé,  eres la única persona digna de mi reino. Voy a destruir  todo lo  viviente sobre la tierra  excepto, a ti  y tu familia y una pareja de animales, una de cada especie.
Los hombres se han vuelto rebeldes, asesinos, violadores, impíos. Voy a crear un mundo nuevo sin estos malos seres  y tú con tu familia seréis la semilla de las nuevas gentes.
Comenzará a llover  de forma torrencial  durante cuarenta días y cuarenta noches  sucesivas sin parar, hasta que llegue  el agua a la montaña más alta de la tierra, hasta que  haya perecido  el más pequeño de los gusanos y el más grande de los dinosauros. Por eso te encomiendo  que construyas un arca muy grande para albergar   una pareja de cada uno de los animales vivientes, además de tu familia. Los únicos que quiero salvar de las aguas. Sin embargo, las que vivan en los mares, podrían  seguir vivos, pero las aguas se saldrán de madre y se convertirán en tierra inundada.  Nadie, escapará al diluvio.”
Señor, preguntó  Noé. ¿Cuándo debo empezar este trabajo y como sabré cuando empieza esa lluvia definitiva?
“El trabajo  empezará ahora mismo y sabrás  que ha llegado  el Diluvio Universal, cuando salga agua en el horno”.
Dicho esto desapareció el Señor.
Noé y sus hijos  se pusieron   a talar árboles y cuando hubieron cortado  madera para construir  el Arca, comenzaron  a levantar una especie de barco de base plana, con bastantes compartimientos  para poder alojar a los animales y el heno para su alimento, ya que deberían permanecer encerrados durante cuarenta días o más.
El primer problema surgió cuando Noé  pensó en los leones, los lobos y esos animales que se alimentan  de otros menos fuertes, o más confiados. Esos animales  que no comen  heno.
¿Qué haría?
Dios proveerá se dijo y olvidó el problema. No obstante cuando los leones entraron en el Arca, las gacelas salieron huyendo.
Ya terminada el arca, mientras los hijos recolectaban el heno, Noé  comenzó a buscar parejas de animales. Los grandes, y las aves, ya estaba emparejadas, pero había otros que  andaban solitarios,  o en manadas.
¿Cómo  podría elegir una pareja de gusanos, de moscas, o de alacranes?
Otra vez se dijo: Dios proveerá.
Hubo un cierto desorden en la llegaba masiva de animales, a los que  no les gustaba el agua sobretodo al ser tan  abundante.
Venían en parejas, una hembra, un macho,  que pasen  y se sitúen en su lugar, dijo Noé. Los que venía juntos, emparejados,  no había problema, pero, se decía el constructor del Arca, no quiero pensar en los maricones, y en  las lesbianas. De todas formas… Dios proveerá.
Parece que la cosa quedó en el aire.
Ya estaba  todo dispuesto para que empezara  la lluvia. Y llovió  y llovió  sin cesar durante los días que dijo el Señor.
Seguía la lluvia.
El hijo mayor, para gastar una broma al padre, echó agua  dentro del horno.
Ya estaba  cada pareja en  su sitio y el heno  almacenado.  Al ver el agua en el suelo del horno, dijo autoritario Noé: “Todo el mundo al Arca,  voy a cerrar  y el que quede fuera perecerá”.
El hijo se reía.
Padre, dijo. Yo, he derramado el agua en el horno. No ha llegado la hora.
Replicó Noé.  El Señor dijo.” Cuando haya agua en el horno cerraréis el Arca”. Sin    especificar como y por qué estaría el agua allí.  
El hijo desoyó al padre y no entro en el Arca.
Cuando el agua caía a torrentes, llamó el hijo a  la puerta   diciendo: Abre, padre, que me ahogo. 
El padre no le oía, o no le hacía caso. La desobediencia   y el  castigo.
El hijo se decía ¿Dónde está  la conciencia? ¿Dónde se ha escondido el amor? Volvió la vista y vio como se ahogaban  miles de personas y animales. Pensó, uno más, carece de importancia.
Después se hicieron las tinieblas. Pasaron los días y el agua dejó de caer.
Noé, soltó una pareja de grajos, para comprobar si ya era hora de salir del Arca. No volvieron, comiendo  carroña se olvidaron de la vuelta.
Entonces soltó una pareja de palomas y al cabo de un  rato, volvieron con una rama de olivo en el pico.
Es la hora de Salir.  Dijo Noé satisfecho.
Proponcio,  abrazado a las faldas de Eulalia lloraba  desconsolado por la muerte del hijo de Noé. Los otros muertos no contaban. Nada  sabía  de su existencia, por tanto no existían en su mente.
Nadie pudo consolarlo.
Un tremendo vacío llenaba su cabeza.
Esta tarde, antes de contar Proponcio las historias de su ama,  el vino, nos parecía  muy bueno. Después de la narración,  se tornó  amargo.
Proponcio  tenía húmedos los ojos.
Se marchó sin despedirse.
A mi, me  atenazaban  la cabeza unas ideas sobre la proporcionalidad, la justicia y lo justo. Sigo sumido en un mar de confusiones. 
©Dionisio Carrillo  Robles, Noviembre 2013