Subieron hasta
la cúspide y cuando vieron el precipicio, intentaron volverse, pero advirtieron la presencia
de los perseguidores, muy cerca
de ellos.
Entonces se
abrazaron y se lanzaron al vacío.
La Peña de los
Enamorados puede verse desde Antequera.
Dicen las
gentes que en las noches sin luna pueden oírse los gritos de los amantes en su caída
hacia el suelo.
Esta triste y
romántica historia tuvo su inicio en
Granada, en el Albayzin.
En la calle
Pajés, vivía con sus padres Anadía, una joven agraciada, limpia como los chorros
del oro, alta, se cimbreaba como un junco, honesta y enamorada de Tobías.
Los padres de
ambos jóvenes se oponían a estas relaciones porque, mientras Anadía, era
islamista, descendiente de un caballero
de los que guerrearon contra el ejército
donde militaba el Doncel de Sigüenza, Tobías era cristiano, vuelto de la cruzada contra los Cátaros, un cruzado
con antecedentes de rezadores de varios siglos. Hasta algún santo entre sus ancestros,
un San Proponcio mártir.
Los dos
enamorados no podían vivir sin estar juntos. No eran besos, eran abrazos hasta confundirse
el uno con la otra. Dos cuerpos y una sola alma. Un amor imposible
y por ello más deseado.
¿Qué
haremos para conseguir toda nuestra felicidad, esa dicha que llevamos impresa desde antes de
nacer, esa alegría que gozamos inscrita en nuestros genes? Nada claro lo veo,
decía Anadía y lloraba amargamente. No
llores, mi bien decía el amante, “Yo,
robaré el tesoro de la Tiara papal, para tus cabellos de oro”.
Anadía fue encerrada
en una habitación con cerrojo. Una
ventana daba al jardín y las golondrinas venían cada día a traer cartas del
amante, suspiros que transportaban con el pico. Fuera de estos contactos, nadie
podía hablar con ella. La comida se la
dejaba un criado, en el suelo de la prisión.
Rezaba al
Poderoso Alá y al Dios de los
cristianos. Si no me oye Uno acaso me escuche el Otro. Ella era suplicante y devota de todos los dioses ¿Qué
importa que unos le llamen de una manera
y otros de otra? Siempre es el mismo
Dios.
Pero esto
era un grave pecado para ambas familias.
Una familia
adoraba a Jehová, el Dios todopoderoso,
el invencible, el enemigo de los egipcios. El Único verdadero.
Mientras la otra familia decía lo mismo de Alá,
el Poderoso, el Invencible, el Sabio.
Pasaba el tiempo
y los amantes, no podían soportar la separación.
Tobías, una
noche de luna, cuando las estrellas se asomaban al cielo, raptó a la amada y ambos huyeron cabalgando un
caballo alado, Pegaso, nacido de la
sangre de la Medusa Gorgona, asesinada por Perseo.
A lomos de
Pegaso, sobrevolaron la Vega, Illora , Huetor, Loja… Volaban hacia la
libertad.
Los grillos
les dieron un concierto, el
ruiseñor les acompañó durante toda la noche. Su canto era bálsamo
para las heridas de amor. El silencio
cantaba dulces melodías, siguiendo
el ritmo de los cascos de la cabalgadura esparcidos por el éter. Sin obstáculos en el camino iban hacia la libertad, invadidos por el deseo.
Se veía a lo
lejos la laguna Cantalapiedra, moteada
de flamencos y una ciudad. Descendieron y cuando, pie a tierra, subían sobre una peña escarpada, vieron a sus
perseguidores. Sin saber qué camino
tomar, llenos de estupor, asombrados, inquietos,
pensaban, acaso atosigados por la
presencia de los que se acercaban. ¿Cómo se enteraron tan pronto de la escapa da de los amantes?
Un hada maligna
dijo al oído del padre de Tobías:
“Despierta, tu hijo ha raptado a la Infiel y
huyen hacia el Oeste donde les espera el Sol
de Medianoche”.
Miquelón se
despertó y llamó a su enemigo, ahora aliado, el padre de Anadía, y ambos, subidos
en el rabo de la escoba de la Bruja de alas de murciélago, siguieron la estela de Pegaso, que volaba
veloz hacia el lugar donde los enmarados gozarían de todos los bienes que ofrece el
amor. Un amor sin tasa, sin enemigos,
aupados al paraíso, donde el amor dormita.
Más
tarde alguien les avisó de la presencia de los perseguidores que volaban
como rayos de una luz inquietante. Se acercaban, ya
estaban sobre ellos.
Al verse perdidos,
no queriendo someterse al yugo familiar, subieron a la peña. Las estrellas les señalaban el
camino. Subían de prisa. Oían las
pisadas de los familiares. Al verse alcanzados
se acercaron al precipicio, se abrazados y se lanzaron al vacío.
Caían a una
velocidad imparable, para estrellarse
sobre el duro suelo.
Pero Eros, que les libraba de los males, los alcanzó en la caída, antes de llegar al suelo y los elevó
por los aires. Había triunfado el amor.
Tanatos, con el
ceño fruncido, como es habitual en él, reclamó su presa. Hubo una enconada lucha
entre el Amor y la Muerte.
Eros convirtió en una Nebulosa, la Andrógena, a Anadía y Tobías, una estrella donde
reside el amor. Todos los amores.
Allí brillan junto a otras estrellas, la Constelación de Orión, el
Camino de Santiago y la estrella luminosa de Venus.
Puede verse la nebulosa Andrógena en las madrugadas del mes de Agosto,
Si se observa con paciencia se aprecia una
luz con dos cuerpos abrazados.
Digo, lo que he visto en sueños. Posiblemente otros hayan visto
otras cosas y las cuenten de otra manera. Digo lo que vi.
Granada,
Diciembre del año 2,014.
© Dionisio Carrillo
Robles.
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