sábado, 27 de diciembre de 2014

LA PEÑA DE LOS ENAMORADOS.



 Subieron hasta la cúspide y cuando vieron el precipicio, intentaron volverse, pero advirtieron  la presencia  de los  perseguidores, muy cerca de ellos.
Entonces se abrazaron y se lanzaron al vacío.
La Peña de los Enamorados puede verse desde Antequera.
Dicen las gentes  que en las noches sin luna  pueden oírse los gritos  de los amantes en su  caída  hacia el suelo.
Esta triste y romántica historia  tuvo su inicio en Granada, en el Albayzin.
En la calle Pajés, vivía  con sus padres Anadía,  una joven agraciada, limpia como los chorros del oro, alta, se cimbreaba como un junco, honesta y enamorada de Tobías.
Los padres de ambos jóvenes se oponían a estas relaciones porque, mientras Anadía, era islamista, descendiente de un caballero  de los que guerrearon contra  el ejército donde militaba  el Doncel de Sigüenza, Tobías  era cristiano, vuelto  de la cruzada contra los Cátaros, un cruzado con antecedentes de rezadores de varios siglos. Hasta algún santo entre sus ancestros, un  San Proponcio mártir.
Los dos enamorados no podían vivir sin estar juntos. No eran besos, eran abrazos hasta confundirse el uno con la otra. Dos cuerpos y una sola alma. Un amor  imposible  y por ello más deseado.
¿Qué haremos  para conseguir toda nuestra felicidad,  esa dicha que llevamos impresa desde antes de nacer, esa alegría que gozamos inscrita en nuestros genes? Nada claro lo veo, decía  Anadía y lloraba amargamente. No llores, mi bien  decía el amante, “Yo, robaré el tesoro de la Tiara papal, para tus cabellos de oro”.
Anadía fue encerrada en una habitación  con cerrojo. Una ventana daba al jardín y las golondrinas venían cada día a traer cartas del amante, suspiros que transportaban con el pico. Fuera de estos contactos, nadie podía hablar con ella. La comida  se la dejaba un criado, en el suelo de la prisión.
Rezaba al Poderoso Alá  y al Dios de los cristianos. Si no me oye Uno acaso me escuche el Otro. Ella era  suplicante y devota de todos los dioses ¿Qué importa  que unos le llamen de una manera y otros de otra? Siempre  es el mismo Dios.
Pero esto era  un grave  pecado para ambas familias.
Una familia adoraba  a Jehová, el Dios todopoderoso, el invencible, el enemigo de los egipcios. El Único verdadero.
 Mientras la otra familia decía lo mismo de Alá, el Poderoso, el Invencible, el Sabio.
Pasaba el tiempo y los amantes, no podían soportar la separación.
Tobías, una noche de luna, cuando las estrellas se asomaban al cielo,  raptó a la amada y ambos huyeron cabalgando un caballo alado, Pegaso,  nacido de la sangre de la Medusa Gorgona, asesinada por Perseo.
A lomos de Pegaso, sobrevolaron la Vega, Illora , Huetor, Loja… Volaban hacia  la  libertad.
Los grillos les  dieron un concierto, el ruiseñor  les acompañó  durante toda la noche. Su canto era  bálsamo  para las heridas de amor. El silencio  cantaba  dulces melodías, siguiendo el ritmo de los cascos de la cabalgadura esparcidos por el éter. Sin  obstáculos en el camino iban  hacia la libertad, invadidos por el deseo.
Se veía a lo lejos la laguna Cantalapiedra, moteada  de flamencos y una ciudad. Descendieron y cuando,  pie a tierra,  subían  sobre una peña escarpada, vieron a sus perseguidores.  Sin saber qué camino tomar,   llenos de estupor, asombrados, inquietos, pensaban, acaso atosigados  por la presencia de  los que  se acercaban.  ¿Cómo se enteraron tan pronto de la  escapa da de los amantes?
Un hada maligna dijo al oído del padre de Tobías:
 “Despierta, tu hijo ha raptado a la Infiel y huyen hacia el Oeste donde les espera el Sol  de Medianoche”.
Miquelón se despertó y llamó a su enemigo, ahora  aliado, el padre de Anadía, y ambos, subidos en el rabo de la escoba de la Bruja de alas de murciélago,   siguieron la estela de Pegaso, que volaba veloz  hacia el lugar donde los enmarados  gozarían de todos los bienes que ofrece el amor. Un amor sin tasa, sin  enemigos, aupados al paraíso, donde el amor dormita.
 Más  tarde alguien les avisó de la presencia de los perseguidores que volaban como   rayos de una luz inquietante. Se acercaban, ya estaban sobre ellos.
Al verse perdidos, no queriendo someterse al yugo familiar, subieron  a la peña. Las estrellas les señalaban el camino. Subían de  prisa. Oían las pisadas de los familiares. Al verse alcanzados  se acercaron al precipicio, se abrazados y se lanzaron al vacío.
Caían a una velocidad imparable,  para estrellarse sobre el duro suelo.
Pero Eros,  que les libraba de los males,  los alcanzó en la  caída, antes de llegar al suelo y los elevó por los aires.  Había triunfado el amor.
Tanatos, con el ceño fruncido, como es habitual en él, reclamó su presa. Hubo una enconada lucha entre el Amor y la Muerte.
Eros  convirtió en una Nebulosa, la  Andrógena, a Anadía y Tobías, una estrella  donde  reside el amor. Todos los amores. 
Allí  brillan junto a otras estrellas,  la Constelación  de Orión,  el  Camino de Santiago y la estrella luminosa de Venus.  
Puede verse  la nebulosa  Andrógena en las madrugadas del mes de Agosto, Si se observa con paciencia se aprecia una  luz con dos cuerpos abrazados.
 Digo, lo que he visto  en sueños. Posiblemente otros hayan visto otras cosas y las cuenten de otra manera. Digo lo que vi.
Granada, Diciembre del año 2,014.
© Dionisio Carrillo Robles.