domingo, 1 de noviembre de 2009

ESPEJO ROTO

Para mi amigo Juan Antonio
Aquella noche el reloj que jamás anduvo, dio las tres. Era de madrugada un día seis de Enero. Yo tendría siete u ocho años, no leía el Quijote ni libro alguno, como sí hacía a esa edad un tal Sánchez Dragó. Sonaron las campanadas en el silencio de la noche con su ruido metálico. El reloj estaba ubicado en el resalte de la chimenea, otra cosa inútil, blanqueada y en desuso desde siempre porque su cañón estaba cegado en el piso superior, un camaranchón donde residían las brujas y el demonio, atento a llevarme a su reino, afortunadamente sin conseguirlo hasta hoy.
La ventana desde donde vi a los Reyes se asomaba al cañón del río y desde ella se veía Plunes con sus almendros, la vega de Acequias de lujuriosos verdes, la torre encalada de dicho pueblo, los naranjos del Valle y la sierra hasta el Cerro del Caballo.
Todo era mágico esa noche, ¡como me iba a extrañar de lo absurdo del reloj! Me levanté sin dudarlo. Era la hora. Los Reyes estaban a punto de llegar. Mi madre me había advertido que Sus Majestades eran muy tímidos y no debían ser vistos para evitar que se marcharan sin dejar regalos. Yo razonaba de otra manera y me asomé a la ventana. Abrí el postigo y un frío helador penetró en la habitación, los pelos del flequillo me taparon los ojos, aún así vi a los Reyes montados en sus camellos, animales nunca vistos por estas tierras, pero la magia ni razona ni encuentra obstáculos. No les veía la cara, con sus tocados insólitos la tenían velada. Junto a ellos había un cuarto personaje, era anciano, la cabeza semi rapada, blanca, canosa. Me miró con una sonrisa de grata acogida. No se espantaron de mi presencia. El anciano estaba coronado por una estrella luminosa, se ve que era el guía. Ya no pensé en los regalos, el mejor regalo jamás dejado a niño alguno era su presencia. ¿Quién podría presumir de otro tanto?
A poco se marcharon, sentía el taconeo de las pisadas de las bestias sobre la cuesta del río. Desparecieron y sin solución de continuidad vi la estrella moviéndose río arriba. Enseguida subían la cuesta de Juan Valiente en las estribaciones del pecho Pellejas, se perdieron por el Castillejo y asomaron por la Umbría, siguieron por el Posteruelo, los Prados de Isidoro, el Chorrerón, ya en las faldas del cerro de Caballo, para velarse definitivamente confundidos con el cielo. Todo esto transcurrió en unos segundos.
Veía claramente la estrella moverse hacia arriba sin cesar.
Había más cosas llenas de magia, no sólo esta noche, sino desde el albor de los tiempos. Los niños más pobres ni siquiera soñaban con los Reyes. Nunca pararon en su ventana, posiblemente ignoraran su existencia. Se decía que los Reyes no traían regalos a los niños malos, los que apedreaban perros o no iban al colegio, ¿Qué hacían entonces esos niños que no iban al colegio? Unos hacían de hombres y otros ayudaban a criar a sus hermanos pequeños, no estaban ociosos, no eran motivo de castigo. Pienso que ningún niño es malo. Todos hacíamos perrerías a los perros y a los gatos, incluso robar las naranjas del cura podía ser más grave y no lo tuvieron en cuenta. No era ese el motivo.
Es verdad que los regalos estaban en relación con la economía, pero esto no entra en la magia. Los Magos pueden olvidar ese pequeño desliz y lo olvidan. Todo niño es merecedor de esa magia aunque el regalo sea pobre como el niño. Las ilusiones siempre tienen valor infinito. No es justo matar algo que será más importante que la propia vida.
Muchos años después, he vuelto a ver a Sus Majestades los Reyes Magos. No sólo los he visto, sino que además iba montado en uno de los camellos, el último de la comitiva. He llegado al pesebre y he visto que las bombas de la injusticia, impiedad, intolerancia, fanatismo y avaricia, habían destruido la magia, la magia y la vida.
Nadie debería tener poder para romper magias y menos para silenciar a los Inocentes que somos todos. Mientras se busca la manera de ignorarlo.
Granada, Enero del 2,008.

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