lunes, 30 de noviembre de 2009

EL CANDIDATO

“Era de conciencia muy exigente y de ingenio muy simple y creo que por esta razón le llamaban Cándido".
(El Cándido, de Françoise Marie Arouet)

Convendría leer al Cándido de Voltaire de cuando en vez. Lo debían de hacer los que aspiran a cargos públicos, hoy que están tan desprestigiados los políticos, acaso con razón, pero no debemos olvidar que no es la prisión la solución y sí la conciencia que anda, al parecer huidiza cuando debía ser reina y señora. Conciencia estricta, como la tendría un Cándido cualquiera.

La palabra candidato deriva de cándido y éste del latín “candidatus”. Como sustantivo significa pretendiente, el que aspira a un cargo.Como adjetivo, según Suetonio, era igual a blanco. Vestido blanco. Blanco significa puro, limpio.En la antigua Roma las personas que aspiraban a un cargo de los elegidos por votación, iban a las plazas públicas vestidos de blanco y esta era la propaganda que hacían para que los votantes supieran que eran candidatos a un cargo concreto.
Pureza, limpieza de espíritu. Es lo que queremos los votantes que esté siempre presente en nuestros candidatos, para ser Diputados, para cualquier cargo ya del Estado, Comunidad Autónoma o Municipio.
No siempre los candidatos de la antigua Roma eran puros, pero al menos esa era su propaganda. En su interior posiblemente aleteara el deseo de enriquecerse, de utilizar el cargo para rodearse de personas influyentes, de vestirse el ropaje de los negocios, de aspirar a ser importantes, Pero para los votantes era el puro, el que cumpliría su palabra, el que dedicaría a la función pública su esfuerzo, su sabiduría y su capacidad para obrar.Éste, se supone era el motivo que le llevaría a aquellos señores romanos a vestirse de blanco, de pureza, de limpieza de espíritu para ir al “ágora” con el uniforme de los puros.Las circunstancias suelen, a veces, torcer los deseos. Luego vienen los “imponderables”. No todo lo que se desea por bueno y noble que sea, se puede hacer. Motivos de Estado, se solía decir cuando el dictador de turno quería saltarse las normas y actuar de acuerdo con sus intereses particulares o de clase, ahora podrían ser de “partido”. Somos seres imperfectos y por tanto nuestros actos pueden adolecer de esa imperfección, pero no es esto. Una cosa es no poder obrar de acuerdo con la norma y otra muy distinta burlarla.No debemos pensar que alguien que acepte un cargo público (igual a carga, algo que pesa, que fastidia) lo haga pensando en alterar las leyes para enriquecerse. Esto suele venir después en el decurso de los acontecimientos. Caso de que ocurra, el puro debe rechazar la ocasión, no sólo ésta, sino cualquier desvío que conduzca a abusar del cargo, a usar los conocimientos de privilegio adquiridos en su puesto de trabajo, porque se trata de un deber que obliga a cumplir y respetar las normas y las leyes aunque seas tu mismo el que las elabora. No se debe olvidar que éstas, las leyes, obligan a todos en general y muy particularmente al legislador para dar ejemplo, para no defraudar a los que lo eligieron para el cargo.No es fácil ser candidato. “La cosa pública” tiene unas exigencias particulares. El cargo es sacrificio y deber. También lleva aparejado, gloria, fama y poder. Aún así, es sacrificio y como tal debemos respetar y agradecer a los que se sacrifican en beneficio de la sociedad. Siempre, como parece lógico, que obren en conciencia. Si defraudan a los electores estarán derribando la Democracia y abriendo camino a los “salvadores” a esos que tienen en el bolsillo la solución a todos los problemas.
Granada, Noviembre 2,009
Dionisio Carrillo Robles.

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