Me contaba Proponcio una tarde mientras saboreábamos un vinillo del Barranco Oscuro bebido en
jícara de cerámica, un capricho absurdo,
pero para mi amigo algo imposible de evitar. Solía decir que este vino sabe distinto, según la vasija, y la jícara le eleva el sabor
a sierra que le trasmite la cerámica, tomill0, mejorana, salvia.
Proponcio era un niño a pesar de superar
los cuarenta. Un niño grande,
consentido, mimado por la señora Eulalia. Desde siempre, apegado a sus faldas. No en vano eran huérfanos los hermanos
Bastida, Cirilo y el “Niño”, así
llamado, por ser el menor de los hermanos, y acaso también, porque él se consideraba
una criatura que no acababa de hacerse
mayor.
Entre taza y
taza me refería las leyendas, que le
contaba su ama, historias pasadas, de tiempos de cuando los santos andaban por la calle, incluso charlaban
con las gentes.
Estas historias
añejas se las contaba el ama Eulalia al rebujo del fuego.
La lumbre lanzaba hacia arriba unas llamas coloreadas, dibujando figuras
de visiones extrañas aunque
bellas.
El silencio
embrujaba el ambiente, el misterio nos rodeaba y sentíamos sus abrazos. Se unía
al silencio el chisporroteo del fuego, aumentando el miedo o al menos la inquietud. Una especie de indefinido sentimiento, entre
gozo, ternura y misterio con tendencia
al temor a lo desconocido, algo que me obligaba a meterme bajo las faldas de Eulalia.
Ardían en la
chimenea unos troncos de olivo. Cuando
cesaban las llamas, Eulalia hacía rosetas, había huido el misterio, el jolgorio aumentaba a medida que saltaban las palomitas de maíz, como revoltosas
mariposas blancas.
Se había
marchado el tío Auspiciano hacia su
oficina. También desaparecieron el aparcero, el pastor
y el mulero. Sólo quedábamos los
tres, Cirilo, Eulalia, yo, y las
rosetas. Ya se habían convertido en palomitas hasta el último grano de maíz, cuando la señora Eulalia comenzó
a narrarnos el misterioso suceso del Arca de
Noé, algo acaecido antes del Plegamiento Alpino, cuando el mar de Tetis se adueñaba de lo que hoy es nuestra tierra.
El ambiente era
propicio, yo, decía Proponcio, me aferraba a las faldas de mi ama y ella con su cara de
matrona feliz se adentra en el misterio y traía a nuestra presencia a esos seres extraordinarios, seres que vivivieron esos tiempos heroicos, cuando un hombre podía hablar con Dios, el Señor de todo lo creado.
En una de estas
relaciones, contaba como Noé vivía con su
familia en algún lugar del Oriente Próximo
acaso en la ribera el Éufrates, o del Tigris, o más bien sobre las tierras
que rodean el lago Tiberiades.
Un día, cuando Noé
rezaba sus oraciones, se le apareció el
Señor en forma de ave blanca y bella como un cisne.
Noé, dijo, el Cisne, o sea, el Señor... “Soy tu Señor,
tu Dios. Tú, Noé, eres la única persona digna de mi reino. Voy
a destruir todo lo viviente sobre la tierra excepto, a ti y tu familia y una pareja de animales, una de
cada especie.
Los hombres se
han vuelto rebeldes, asesinos, violadores, impíos. Voy a crear un mundo nuevo
sin estos malos seres y tú con tu
familia seréis la semilla de las nuevas gentes.
Comenzará a
llover de forma torrencial durante cuarenta días y cuarenta noches sucesivas sin parar, hasta que llegue el agua a la montaña más alta de la tierra, hasta
que haya perecido el más pequeño de los gusanos y el más grande
de los dinosauros. Por eso te encomiendo
que construyas un arca muy grande para albergar una pareja de cada uno de los animales
vivientes, además de tu familia. Los únicos que quiero salvar de las aguas. Sin
embargo, las que vivan en los mares, podrían
seguir vivos, pero las aguas se saldrán de madre y se convertirán en
tierra inundada. Nadie, escapará al
diluvio.”
Señor, preguntó
Noé. ¿Cuándo debo empezar este trabajo y
como sabré cuando empieza esa lluvia definitiva?
“El
trabajo empezará ahora mismo y
sabrás que ha llegado el Diluvio Universal, cuando salga agua en el
horno”.
Dicho esto
desapareció el Señor.
Noé y sus hijos
se pusieron a talar árboles y cuando hubieron
cortado madera para construir el Arca, comenzaron a levantar una especie de barco de base plana,
con bastantes compartimientos para poder
alojar a los animales y el heno para su alimento, ya que deberían permanecer
encerrados durante cuarenta días o más.
El primer
problema surgió cuando Noé pensó en los
leones, los lobos y esos animales que se alimentan de otros menos fuertes, o más confiados. Esos
animales que no comen heno.
¿Qué haría?
Dios proveerá se dijo y olvidó el
problema. No obstante cuando los leones entraron en el Arca, las gacelas
salieron huyendo.
Ya terminada el
arca, mientras los hijos recolectaban el heno, Noé comenzó a buscar parejas de animales. Los
grandes, y las aves, ya estaba emparejadas, pero había otros que andaban solitarios, o en manadas.
¿Cómo podría elegir una pareja de gusanos, de
moscas, o de alacranes?
Otra vez se
dijo: Dios proveerá.
Hubo un cierto
desorden en la llegaba masiva de animales, a los que no les gustaba el agua sobretodo al ser tan abundante.
Venían en
parejas, una hembra, un macho, que
pasen y se sitúen en su lugar, dijo Noé.
Los que venía juntos, emparejados, no
había problema, pero, se decía el constructor del Arca, no quiero pensar en los
maricones, y en las lesbianas. De todas
formas… Dios proveerá.
Parece que la
cosa quedó en el aire.
Ya estaba todo dispuesto para que empezara la lluvia. Y llovió y llovió
sin cesar durante los días que dijo el Señor.
Seguía la
lluvia.
El hijo mayor,
para gastar una broma al padre, echó agua
dentro del horno.
Ya estaba cada pareja en su sitio y el heno almacenado. Al ver el agua en el suelo del horno,
dijo autoritario Noé: “Todo el mundo al Arca,
voy a cerrar y el que quede fuera
perecerá”.
El hijo se
reía.
Padre, dijo.
Yo, he derramado el agua en el horno. No ha llegado la hora.
Replicó Noé. El Señor dijo.” Cuando haya agua en el horno
cerraréis el Arca”. Sin especificar como y por qué estaría el agua allí.
El hijo desoyó
al padre y no entro en el Arca.
Cuando el agua caía
a torrentes, llamó el hijo a la
puerta diciendo: Abre, padre, que me
ahogo.
El padre no le oía,
o no le hacía caso. La desobediencia y el
castigo.
El hijo se
decía ¿Dónde está la conciencia? ¿Dónde
se ha escondido el amor? Volvió la vista y vio como se ahogaban miles de personas y animales. Pensó, uno más,
carece de importancia.
Después se
hicieron las tinieblas. Pasaron los días y el agua dejó de caer.
Noé, soltó una
pareja de grajos, para comprobar si ya era hora de salir del Arca. No volvieron,
comiendo carroña se olvidaron de la
vuelta.
Entonces soltó
una pareja de palomas y al cabo de un
rato, volvieron con una rama de olivo en el pico.
Es la hora de Salir.
Dijo Noé satisfecho.
Proponcio, abrazado a las faldas de Eulalia lloraba desconsolado
por la muerte del hijo de Noé. Los otros muertos no contaban. Nada sabía
de su existencia, por tanto no existían en su mente.
Nadie pudo
consolarlo.
Un tremendo
vacío llenaba su cabeza.
Esta tarde, antes
de contar Proponcio las historias de
su ama, el vino, nos parecía muy bueno. Después de la narración, se tornó
amargo.
Proponcio tenía húmedos los ojos.
Se marchó sin
despedirse.
A mi, me atenazaban la cabeza unas ideas sobre la proporcionalidad,
la justicia y lo justo. Sigo sumido en un mar de confusiones.
©Dionisio Carrillo Robles, Noviembre 2013
©Dionisio Carrillo Robles, Noviembre 2013