domingo, 20 de febrero de 2011

FERIA CHIQUITITA

Las primeras lluvias ponían fin a los veranos calurosos, si bien las noches solían ser frescas y soportables aptas para comer melón o sandía en plena calle, en aquellos puestos callejeros con su peso de platillos y colchón que luego servía de cama al guardián de fruta dulce y refrescante. Años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

A la feria de San Miguel venía la banda de música del Ave María con su maestro de andares de mecedora y niños músicos uniformados con el vestido del colegio, un babero con rayas y fila de botones. Tocaban piezas ya ensayadas por el Paseo de los Tristes, mirando a los palacios de la Alambra.

“Los Tristes” hacían referencia a los que llevaban camino del cementerio para subir por la Cuesta de los Chinos, hasta auparlos al Campo Santo con miras a la sierra, en lo alto de la colina que se asoma al valle del Genil.

Los músicos jóvenes no estaban tristes, tampoco alegres, el lugar y otras muchas cosas mantenían serio el semblante, sin embargo en la feria todo era alegría y prisas por comprar o ver los puestos en ese mercadillo improvisado levantado a lo largo de la calle de San Juan de Dios.

Tenderetes de escasa valía que vendían frutos del tiempo: azufaifas, acerolas, almecinas, nueces, membrillos amarillos, castañas, tortas “salaillas”, jallullos, palomitas de maíz, roscos de vino, pestiños enmelados con azúcar morena de caña, agua de Alfacar, anís del mono, trozos de hielo coloreados con esencias, barquillos de galleta, todo adobado y dispuesto para los curiosos y paseantes. Una algarabía que permitía, ocasión única, para hablar con pretendidas aspirantes a novias o para ojear los puestos de frutas y al personal femenino.

Por allí andaban las púdicas y recatadas, la de tímida mirada, la de ojos negros y profundos, la de andar de pajarita, la alegre de rostro y guapa de cara. Mozos marchosos y bravos, arrieros sin recua de burros que sacaban arena del río Genil, agotado el oro, engreídos, osados, otros tímidos, los del pelo engominado, los chulapos de la calle Real, del Barrio de los cebolleros, del Barranco de San Isidro, Cercado bajo de Cartuja, calle de Elvira y los señoritos de la Plaza del Triunfo.

Los cohetes anunciaban al cielo, en subida de ilusiones rotas, que había llegado San Miguel Arcángel, vencedor de demonios, espada flamígera y alados miembros, guardián del éter, de moradas celestiales y de la feria de San Juan de Dios y su basílica. La gente con la mente puesta en el Santo, amigo de pobres, mendigos y lisiados, ahora alegres con la feria menuda, feria de populares resonancias, sin aglomeraciones, sin famosos. Gentes del pueblo llano. Soldados, chachas sin cofia, amas de casa que dejaron el cocido al rescoldo del anafe. Dependientes de comercio, oficinistas de escaso rango, empleados de Paco de la santa, carreros, peones de la vega. Algún sargento luciendo galones venido del cuartel de Infantería, antiguo convento de la Merced. Otros del parque de Artillería, o del de Intendencia, situado cerca de la Virgen del Triunfo subida en alto pedestal. Junto a ella, un monolito recordando donde fue ajusticiada Marianita Pineda. Al fondo la fachada de la Escuela de Magisterio.

Feria menuda, inquieta con su aire de otoño, primicia fresca de invierno, feria de otros tiempos cuando los santos andaban por la calle haciendo milagros y las gentes les besaban las manos, gentes sin movidas, ni cubatas, austeras a la fuerza, esperando, la lluvia o el sol para tomarlo gratis. Vida sencilla, simple, de escaso porvenir, pero alegre.

El tranvía avanzaba entre la multitud a paso lento, que no se hizo para carreras de velocidad. El gentío se apartaba y el conductor, pie a tierra, con una maroma asida al trole lo cambiaba de sentido para reemprender el recorrido y otra vez volvía alegándose del jolgorio de la feria calle abajo hasta perderse por los aledaños del Monasterio de San Jerónimo.

Los soldados ponían las notas kakis de sus uniformes, con gorro, el ros de borla juguetona, caminaban en formaciones deformadas. Antes de marcharse tomaban copas en el bar Zeluán que con permiso de la Autoridad cerraba sus puertas en la madrugada, allí se tomaban la “espuela”y a dormir la mona en el cuartel.

Alguno se entonaba cantando una media granadina o un fandango,” prohibido el cante”.

La feria languidecía pasadas la doce de la noche. Ya en la madrugada, se iban los jóvenes, después los mayores y se apagaban las luces de carburo de los puestos, tenderetes donde se exponían las frutas. Los matrimonios con niños, los solteros en pandillas y los vecinos cerraban los balcones desde donde admiraban las alegrías ajenas. Cesaba el jolgorio, el viento levantaba como pájaros asustados, papeles que envolvieron chuchearías, perros callejeros ramoneaban desperdicios, mientras algún gato hacía la ronda por el tejado a la luz apagada de una luna que pugnaba por salir de una nube que el vientecillo de la sierra alejaba hacia poniente.

Fin de feria de una sola tarde, acaso de dos, o de tres. Un vejete con mono azul y gafas de miope recogía su mercancía de ricacho. El resto de lo que fue un paquete de tabaco, media docena de sorpresas, un trozo de hielo que goteaba, dos barriles pequeños de esencias de colores, un par de pasteles, unas barras de regaliz, chufas y un pipote con agua de la Fuente Grande. Un pobre comerciante de la calle de Elvira venido a más.

Dos barrenderos aparecidos de entre un grupo de mirones comenzaron a limpiar la calle, no andaban muy despejados de ánimo, la escoba era la única que daba señales de vida, mal trajeados, mal pagados, aún así daban golpes de escoba con más esfuerzo del que parecían tener.

Poco a poco todo quedó como estaba antes del espectáculo. Feria de escasa resonancia, pero de grato sabor.

En el silencio de la noche un toque de trompeta rasgaba los aires. Era la hora de dormir el soldado. Soldados del cuartel de Infantería que se ubicaba de manera provisional desde hacía varios años en el mencionado Monasterio de San Jerónimo y ese silencio anunciado se expandía por las calles y hasta los gatos lo acataban. La voz de la autoridad.

Dionisio Carrillo Robles.